Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1872 (2ª) (Cortes de 1872)
Sesión: 14 de mayo de 1872
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Respuesta al Sr. Laffite
Número y páginas del Diario de Sesiones: 17, 315 a 317
Tema: Perturbación del orden público en Sevilla

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Sres. Diputados, cosas extrañas, y muy extrañas, ocurren en la política; pero no conozco ninguna que lo sea tanto como la que en este momento está presenciando el Congreso, y como la que a mí me ha llamado tanto la atención.

El Sr. Laffitte ha venido aquí a denunciar hechos gravísimos, sucesos extraordinarios, cosas, en opinión de S. S., horripilantes; y sin embargo, Sres. Diputados, el Sr. Laffitte es amigo político y particular del Presidente del Consejo de Ministros, del Ministro de la Gobernación; el Sr. Laffitte ha estado en constante correspondencia, hasta que ha venido a Madrid, con el Ministro de la Gobernación, y en correspondencia amistosísima, política, particular, dándole cuenta de todo lo que pasaba en la provincia de Sevilla, de todo lo que pasaba en la provincia de Huelva, en un palabra, correspondencia de hermanos; y el Sr. Laffitte, así que viene de Sevilla, tiene la bondad de ir a verme, y me habla con el cariño de siempre, como amigo, como correligionario, y viene a quejarse de un hecho insignificante que no tiene nada que ver con Sevilla, que no tiene nada que ver con la provincia de Huelva, ni con la cuestión política, ni con la cuestión de orden público: se me queja de ese hecho personalísimo, hablamos largamente de él, y no me dice nada, absolutamente nada, de todas estas cosas graves que han ocurrido allí y que yo no sabía. Si S. S. me las hubiera dicho, las hubiéramos remediado enseguida. (El Sr. Laffitte: No habían sucedido. )

Pues qué, ¿no he sido tan deferente a las indicaciones de S. S., que no he dejado de acceder a ninguna de las que S. S. me ha hecho? ¿Cómo no hubiera accedido yo a indicaciones tan graves, que se relacionan, no solo con S. S., sino con toda una provincia, mejor dicho, con dos provincias, y en último resultado con el país, porque al fin y al cabo las cosas que afectan a una provincia en la cuestión de orden público afectan al país en general, porque afectan al Gobierno del Estado?

¿Por qué el Sr. Laffitte, para quien todo iba bien en todas partes, absolutamente en todas partes; el señor Laffitte, en la intimidad que conmigo tenía, en la confianza que había entre los dos, en la amistad y en el cariño que entre los dos mediaba, no me ha dicho una sola palabra, y viene a denunciar esos hechos tan graves al Congreso? Señores, ¿tiene esto explicación? Si su señoría ha venido aquí ahora como vino la vez pasada sin ayuda del Gobierno, como han venido todos los señores Diputados . . . (Risas en la izquierda.) Lo mismo ha venido el Sr. Laffitte que todos los demás; porque los electores les han votado; pero ha venido como amigo del Gobierno, como amigo particularísimo del Presidente del Consejo de Ministros, del Ministro de la Gobernación, y todos los electores que le han votado, lo han hecho como tal amigo. (El Sr. Laffitte: No.) ¿Ignoraban los electores que S. S. era amigo del Gobierno y era amigo mío? No: pues si no lo ignoraban, claro es que le han votado en esa persuasión; claro es que le han votado sabiéndolo; y si le han votado, claro es que suponían que era amigo S. S. del Gobierno, del Ministro de la Gobernación y del Presidente del Consejo de Ministros

Y esto que ha sucedido en estas elecciones, sucedió también en las elecciones pasadas; porque há tiempo que tengo el gusto y la honra de conocer a S. S., y le he tratado siempre, más que como amigo particular, como amigo político, porque hasta que S. S. vino Diputado en las últimas Cortes, yo no tenía el gusto de haberle tratado personalmente, aunque ya nos conocíamos por correspondencia. ¿Pero se explica esto? ¿Se explica que un Diputado que viene sin apoyo ninguno del Gobierno, como ha venido S. S., por sus propias fuerzas, como han venido todos los demás, pero que viene como amigo del Gobierno, que es, además de amigo político de todos los Ministros, personalísimo mío, que me escribe constantemente las cartas más cariñosas, que me habla de política, de elecciones, que yo le contesto, y llega a Madrid y me ve, que hablamos con el mayor cariño, que no se ocupa más que de una cuestión personal independiente, que no tiene que ver nada con la política ni con el orden público, no me dice una sola palabra, y después viene al Congreso a hacer un discurso como el que han oído los Sres. Diputados? ¿Se comprende esto, Sres. Diputados? Y comprenden con esto sólo la dificultad que yo tendré en contestar al Sr. Laffitte; porque hay cosas, señores, que yo no debo decir, y que yo no diré; pero con esta sola indicación comprenderán todos los Sres. Diputados, y comprenderá el país, el embarazo en que yo estoy para contestar al Sr. Laffitte.

Mas prescindo de esto por aquello de " al buen entendedor....." y voy a hacerme cargo de esas cosas que han pasado en Sevilla.

Todo lo que ha pasado en Sevilla se reduce a un discurso que el gobernador pronunció ante varias personas de aquella capital, y que como no había taquígrafos probablemente en aquella reunión, el Sr. Laffitte ha bordado como ha tenido por conveniente: que el gobernador llamó a los propietarios de Sevilla así que tuvo noticia de la insurrección carlista; que les dijo que esperaba su apoyo para poder salvar los altos intereses que le estaban confiados; que les advirtió que en los Gobiernos liberales no basta solo la fuerza oficial, sino que es necesario que coadyuven con el Gobierno todas las demás fuerzas sociales; que les dijo todo esto; pero [315] les advirtió, y el Sr. Laffitte mismo lo ha confesado, que el Gobierno tiene bastante fuerza para dominar todo lo que pueda venir, por más que necesite, para que sea eficaz su acción, la fuerza moral, el apoyo de las clases. Señores, ¿qué tiene esto de particular? Y luego lo de los petroleros. No sé si el gobernador lo dijo: figúrame que no lo diría tal como el Sr. Laffitte nos lo ha referido aquí; porque ¿quién asegura á S. S. que las palabras que su señoría ha pronunciado son las mismas de aquel gobernador?

Y que luego el alcalde, que por lo visto padece de la misma enfermedad que el gobernador, aun cuando no sea de nombramiento del Gobierno, vino a hacer una cosa parecida: reunió a los contribuyentes, les advirtió del peligro que podía haber, para que le ayudaran en el caso de que pudiera haber esos peligros.

Y apoyándose en estos dos hechos, el Sr. Laffitte nos ha hecho aquí un discurso que yo no quiero calificar. Su señoría con este motivo nos ha dicho que en Sevilla no hay más que unos cuantos petroleros pagados. ¿Por quién están pagados? (El Sr. Laffitte: El Gobierno debe saberlo.) El Gobierno no sabe que haya petroleros pagados. Dice S. S. que el Gobierno debe saberlo; y yo contesto a S. S. que el Gobierno no lo sabe; pero puesto que el Sr. Laffitte sabe que están pagados, debe saber quién los paga. ¿Y quién los paga? ¿Es que se pueden decir aquí ciertas cosas de esa manera reticente? " Que hay en Sevilla petroleros pagados" alguno los pagará; pero vuelvo a decir que puesto que S. S. sabe que están pagados, S. S. sabrá quién los paga.

No sabe el Gobierno que haya petroleros pagados; sabe que en Sevilla, como en otras partes de España, hay petroleros (ya que el Sr. Laffitte ha empleado esta palabra); sabe que muchos de ellos están organizados; sabe que muchos de ellos tienen intento de llevar adelante sus planes; pero no sabe que los petroleros de Sevilla que el Sr. Laffitte conoce nominatim, están pagados, ni por quién están pagados.

Otro cargo ha hecho el Sr. Laffitte acerca de los voluntarios de la libertad que allí se han armado.

Ha dicho S. S. que allí no se han armado más que presidiarios; pero el Sr. Laffitte, en su afán de aglomerar cargos, se ha dado éI a sí mismo la contestación. Preguntaba S. S.: ¿es que no hay más que presidiarios en Sevilla que se armen? ¿Pues no ha dicho que el gobernador había llamado a los propietarios de Sevilla y a todas las personas liberales de la población, para facilitarles armas con que defenderse en caso necesario? Entonces, ¿qué quiere decir que sólo se han dado armas á los presidiarios? ¿Qué presidiarios son esos que tienen las armas en Sevilla? Porque en Sevilla sucederá lo que en Madrid y en todas partes: que según la ley, los alcaldes de barrio aceptan todos aquellos que voluntariamente quieren ingresar en la fuerza ciudadana; no necesitan más que la cédula de vecindad, y comprobar por las notas que tienen los alcaldes de barrio que no tienen ninguna de las condiciones que les excluyen de pertenecer a esa fuerza. Los alcaldes después, conformes en todo esto, señalan el cuerpo a que han de pertenecer.

Pues eso mismo se hará en Sevilla. Yo no sé si los alcaldes de barrio de Sevilla, yo no sé si las autoridades encargadas de la fuerza ciudadana, que lo son todas, menos el gobernador, habrán o no aceptado alguno que haya sido presidiario, dentro de las filas. Pero ¿por qué, puesto que S. S. me ha escrito, no me ha dicho qué presidiarios son esos, quiénes los han entrado, y cómo les han hecho entrar en la fuerza armada? ¿Y por qué no dice dónde están esos propietarios, esos liberales a quienes el gobernador llamó para recomendarles que se armasen y se preparasen para un caso de peligro? ¿Y qué cargo puede haber en esto para el representante del Gobierno ni para el Gobierno mismo?

Pero ¿dónde está la perturbación del orden público ocurrida en Sevilla? Porque después de la larga peroración de S. S., yo todavía no he visto la perturbación del orden público en Sevilla; yo no la he visto traducida en ningun hecho material; yo no la he visto significada en nada; y es más, no lo ha visto ninguno de los que son de Sevilla, ninguno de los que tienen allí su familia, sus intereses, sus bienes; ninguno absolutamente tiene noticia de que haya ocurrido allí nada, y mucho menos tienen noticia de ese espanto que produjo el discurso pronunciado por el gobernador, primero, y el del alcalde de la capital, después, y que ha tenido las consecuencias de hacer que varias familias desaparezcan de Sevilla por el espanto que esos discursos de una y otra autoridad produjeron.

Allí no hay más espanto que aquel que va a causar la lectura del discurso de S. S.; éste es el único espanto que allí va a ocurrir. Y el mismo pasmo que me ha producido a mí la conducta de S. S.

Que S. S. no está conforme con la conducta política del Gobierno. ¿Pues cuándo me lo ha dicho S. S.? ¡Si hemos estado perfectamente de acuerdo en todo, absolutamente en todo! Pues siendo S. S. tan amigo mío, ¿por qué no me lo ha revelado? Si tan frecuentemente me ha escrito, ¿por qué no me lo ha advertido, y no que, por el contrario, nunca me ha dicho S. S. más que cosas agradables para mí como particular y como Gobierno? Y en verdad, en verdad que desde que S. S. ha venido de Sevilla y nos hemos visto, yo no he hecho nada, absolutamente nada que pueda hacer cambiar la opinión que S. S. tenía del Gobierno y de la política del Gobierno; porque afortunadamente, de entonces acá no ha habido más que un acto en los ocho días que hace que S. S. ha venido a Madrid; no ha habido más que un acto por parte del Gobierno, que ha sido la presentación de los presupuestos, que no han gustado a S. S. Ya sé yo que en adelante no va a gustar a S. S. nada de lo que haga el Gobierno. Pero, francamente, yo he visto estos fenómenos políticos repetidos algunas veces, aunque los he visto con alguna preparación, y me he ido acostumbrando poco a poco a ellos; pero éste que tan de repente vemos en S. S., no lo he visto nunca; esto quedaba sólo reservado para el Sr. Laffitte.

Y yo, francamente, yo que conozco a S. S., que es tan leal, que es tan serio, me digo a mí mismo: si el Sr. Laffitte no hubiera estado conforme con la política del Gobierno; es más, si el Sr. Laffitte, estando conforme con la política del Gobierno en el momento de la elección o poco antes, hubiera visto que tenía que separarse del Gobierno hasta el punto que se ha separado hoy, ¿cómo es posible que en su seriedad y en su lealtad no les hubiera advertido algo a los electores? Porque ahora presumo yo que los electores se van a llamar a engaño; y si no se llaman a engaño, entonces digo a S. S. que son unos electores muy inocentes. Porque cuidado, señores Diputados, que esto tiene importancia para los hombres públicos. Se presenta el Sr. Laffitte en uno de los distritos como amigo del Gobierno y como amigo especialísimo del Presidente del Consejo de Ministros, que al fin y al cabo representa la política del Gobierno, y en ese concepto le votan; y el primer acto político que hace el Sr. Laffitte al venir aquí, es pronunciar el [316] discurso de oposición más rudo y terrible que se ha hecho contra ningun Gobierno. Pues o aquellos electores son unos inocentes electores, o naturalmente se van a llamar á engaño.

Yo me pregunto: pues si el Gobierno no le ha dado motivo al Sr. Laffitte, en su conducta política desde que las elecciones tuvieron lugar, desde que ha venido a Madrid, para ese cambio político respecto al Gobierno, cambio tan admirable, tan pronunciado, tan terrible, ¿por qué esa conducta de S. S. respecto al Gobierno, hoy tan diferente respecto de su conducta de ayer, y sobre todo respecto al Presidente del Gobierno? Yo no he de entrar en ciertas averiguaciones que no me importan, y digo: ha cambiado el Sr. Laffitte de conducta respecto al Gobierno porque así lo ha tenido por conveniente: lo único que siento es la forma de hacerlo; porque si S. S., en la amistad que nos profesamos, o al menos que nos hemos profesado, me lo hubiera advertido, me lo hubiera dicho, yo hubiera venido aquí, le hubiera oído a S. S. con disgusto, con sentimiento, pero sin sorpresa. Pero S. S. no lo ha tenido por conveniente, y ha estado en su derecho; yo no me quejo de su señoría, y voy a concluir, porque tengo una posición muy embarazosa: se trata de un amigo mío, de uno que ha sido amigo mío, de uno a quien yo creía amigo mío, y a la verdad me ha dado un desengaño, y eso me amarga, porque he tenido tantos y tantos en la vida; y además, no tengo buena situación para contestar a S.S.

Me basta con tranquilizar a los Sres. Diputados respecto de la provincia de Sevilla, en la cual repito que no ha ocurrido nada de particular, y que el discurso del gobernador, como el discurso del alcalde de aquella población, que el Sr. Laffitte ha comentado a su gusto, no es lo que ha dicho S. S.; no es más que un discurso como los que han pronunciado otras autoridades en otras poblaciones cuando lo han exigido las circunstancias, y que lejos de criticarle, debía el Sr. Laffitte haberlo aplaudido, puesto que los gobernadores y las autoridades trataban de rodearse de todas aquellas fuerzas sociales que pudieran en caso de peligro sacar a salvo la causa del orden y de la libertad. A eso está reducido todo; pero si acaso hubiera alguna duda, aquí también hay Diputados por la provincia de Sevilla, aquí está el Sr. García Leaniz, aquí está el Sr. Candau, aquí hay otros Sres. Diputados por Sevilla, que sabrán, me parece a mí, defender aquella población del cargo que se le ha dirigido, y sobre todo, restablecer la verdad de los hechos, y tranquilizar, no a Sevilla que está perfectamente tranquila porque allí no ha ocurrido nada de particular, sino a las demás poblaciones de España, respecto a la situación angustiosa en que dice S. S. que ha estado aquella capital.

Respecto a la situación de S. S., no diré si es o no angustiosa. Si á S. S. le parece bien, a mí no me parece nada buena.



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